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Miércoles, 27 Febrero 2019 10:29

Se juraron amor eterno, pero una bala en el “punto 18” truncó sus sueños; la tragedia de Jaime y María Elena

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Por Jorge Olmos Contreras

Jaime Nava y María Elena Toribio apenas se conocieron y quedaron flechados, tenían la convicción de haber encontrado su media naranja, y luego de tres meses de noviazgo, decidieron casarse y formar una familia. Se juraron amor eterno, se querían, se amaban, tenían sueños como cualquier otra pareja, pero una bala asesina acabó con el idilio. El martes por la noche varios sujetos entraron al restaurante bar “Punto 18” y dispararon a discreción, no les importó la vida de nadie, ellos solo descargaron sus armas de fuego para mostrar poderío y se largaron por donde vinieron. Ni siquiera supieron a quién habían matado, ellos solo escaparon a toda prisa dejando atrás una estela de dolor y sangre.

La noche del miércoles fue particularmente dolorosa para las familias de Jaime y de María Elena, no sólo por el viacrucis de ir a reconocer el cuerpo de ella a las instalaciones del Servicio Médico Forense, sino también porque a partir de ahí tendrían que hacerse cargo de todos los trámites del funeral.

María Elena, una mujer entusiasta, alegre, con muchos amigos y que apenas había conocido al amor de su vida, al hombre con quien le habría gustado pasar el resto de su vida, fue velada en una humilde casa de una conocida colonia de Ixtapa, a donde llegaron amigos, familiares y vecinos.

Sus clientes de la estética que está en la calle Revolución de Las Juntas, también fueron, no se acobardaron, pese a que les habían dicho que no fueran, ya que era peligroso, pues alguien había escuchado que los sicarios que mataron a María Elena y dispararon en el bar “Punto 18”, lo hicieron para “calentar la plaza”.

Quizás por eso, conforme pasaron las horas, el velorio de María Elena comenzó a quedarse solo, uno a uno los amigos y dolientes se fueron yendo y ella quedó prácticamente sola, dentro de un ataúd rodeado de coronas y flores; acaso su padre la acompañó en todo momento, y también su marido.

Ella, que había peinado a cientos de personas y arreglarles el cabello para fiestas especiales, ahora estaba ahí, acostada, inerte, con su cabellera dorada adornando su cabeza. Todos se habían ido… Ahora solo espera que la lleven a la iglesia para darle el último adiós, lo cual está programado para el viernes.

María Elena sabe que después la llevarán al panteón de Ixtapa, donde escuchará gritos, llantos, rezos y los consuelos de su papá, el único que le queda en vida. También sabe que al llegar la noche descansará en su morada, pero que nunca estará sola, pues todos los que la querían siempre la tendrán en su corazón.

Solo Dios sabe por qué suceden estas cosas; pero de una cosa estamos seguros, ella ya está en manos del Señor.

En lo terrenal, debemos exigir justicia y presionar para que se castigue a quienes cometieron este horrendo crimen que enluta a muchas familias vallartenses, y que agravia a la sociedad toda.

La tristeza y el dolor que embarga a la familia y amigos de María Elena es indescriptible.

La noche en Ixtapa parecía eterna… simplemente no merecía morir.

 

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