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Domingo, 31 Agosto 2014 00:25

Javier Carrillo, trabajador de Seapal y orgulloso abuelito

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En Seapal, hay abuelitos jóvenes y otros no tanto, los hay con muchos nietos y otros con uno solo, pero la realidad es que cada uno de ellos realiza su trabajo con orgullo y al mismo tiempo se han convertido en cómplices de aventuras interminables y compañeros inseparables de las mejores experiencias de vida de sus nietos.

 

Javier Carrillo no es la excepción, con más de veinte años laborando para Seapal Vallarta, define el ser abuelo como la mejor etapa personal que le ha tocado vivir en todos estos años al servicio de los vallartenses.

Son Ana Desiré de seis y Tashiara de tres años, sus pequeñas nietas, que a base de travesuras y momentos inolvidables cambiaron su vida y se han convertido en la adoración de “El Calzoncillo” como es conocido cariñosamente por sus compañeros de trabajo.

Las fotografías tamaño infantil de estas dos pequeñas, acompañan siempre a Javier en sus labores cotidianas como Jefe de cuadrilla de Desasolvadores del sistema, una labor que consiste en coordinar y realizar la limpieza de los registros de aguas negras, mismo que realiza con pasión, amor y entrega.

Ser desasolvador de las aguas negras del municipio no solamente es un trabajo complicado, es de alto riesgo para la salud y de posibles accidentes como el que le pasó a Javier Carrillo, quien realizando su trabajo, hace tres años, sufrió un incidente que lo colocó entre la vida y la muerte durante un año.

“Se me atoró un pie en una tubería mientras trabajaba, no alcancé a salir y se tapó de agua lo que no me permitió enderezarme rápidamente, se vino todo el agua, tragué aguas negras y me intoxicó todo el cuerpo, estuve en el hospital doce meses, salí pesando 29 kilos, estuve muy grave y sobreviví de milagro” recordó mientras observaba la cicatriz de más de treinta centímetros que porta del pecho al estómago a causa de las cirugías.

Sn embargo, al salir del hospital lo esperaban grandes noticias, su pequeña nieta Ana Desiré de tan sólo tres años de edad, en ese entonces, sería su enfermera de cabecera, estando al pie de la cama todos los días de la semana mientras duró su recuperación en casa.

Así,  mezclando el cariño y ternura de su nieta con la dosis de medicamentos que le recetaron, libró la batalla y ganó; “El calzoncillo” salió victorioso de lo que se convirtió en sólo una anécdota que contar a esas dos niñas que van siempre con él, no solo en las fotografías de su cartera, sino en su mente, en su corazón y en el palcer de servir a los vallartenses.

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